Para Pedro, Patricia y Sergio
Dicen “Quien bien te quiere te hará llorar” y yo no puedo concebir tamaña afirmación, porque si te quieren de verdad no te hacen llorar, si acaso te muestran la dureza del camino de la mano, con compasión y paciencia. Y esos son los que te quieren de verdad.
Y por eso, si yo tengo presente a alguien, es a quien me enseña a reír. Pero no cualquier risa, porque reírse sin más es fácil tarea. Surge casi como un reflejo desde que una tiene un mes de vida. La risa consciente, esa que sale incluso cuando se pasa mal, o precisamente porque se pasa mal, la que sale de mofarse de una misma, de ser valiente y afrontar las cosas como vienen…esa hay que entrenarla.
Si yo me paro a pensar en quiénes me han mostrado la ruta hacía esa risa me vienen recuerdos muy tempranos de ella en casa de la abuela en Vallecas. Casi se podía escuchar el alboroto en todo el barrio. O al menos, yo, en mi mente de infante, la escuchaba resonar así. Una mezcla de perenne fantasía, alegría y momentos agridulces…todos ellos siempre desde el humor. El chiste constante, quizá era siempre el mismo, pero contado de manera que invariablemente te tronchaba.
Cierro los ojos y la veo cosquilla, chirigota, el baile a punto de empezar, la pizca de adolescencia que todos necesitamos, la historia que nunca acaba, el revival del especial de Nochevieja, en esencia, el alma de la fiesta.
Y si recuerdo esa risa cercana es porque estaba cerca. Porque siempre la pensaba como la segunda madre. Como esa que un día estará si la mía falta. Nunca pensé qué hacer si ella faltaba.
Y dicen que hay cosas que se heredan por “la pila”…vía los padrinos en la “pila” bautismal (se esté bautizado o no). Ojalá de ese linaje me quede a mi esa alegría, y un día una sobrina me diga: “Me enseñaste a reír”.